Dos, dos, adiós

La memoria es extraña: demanda ser recordada, pero elige cómo ver las cosas; Las distorsiona, las oscurece, las apuñala y a veces las ilusiona.


Recordaba cuando le dijo que lo amaba de verdad. Ya había dicho antes esas dos palabras tan famosas, aunque nunca lo había sentido tanto como en ése día: Ella usaba equivocadamente un vestido azul no tan largo como esa noche. Se le cerraban los ojos y se quedaba dormida con cada beso compartido en la azotea. Él había bebido un poco de cerveza y tequila, mientras que ella había bebido las estrellas que ya se estaban escondiendo. 
Ese día, o más bien noche, sabía que lo iba a amar por siempre. Por siempre, no importando si se casaban y luego divorciaban, o si se casaban y tenían hijos, o si no se casaban y cada quien se iba por su lado ocho meses después. En su corazón -o ese lugar donde uno siente cada vida irse de las manos- aún existe un escondite dedicado al amor que le tiene. 

Sin embargo, está enamorada de la idea que tiene de él, la idea que la memoria le ha dejado porque ahorita, solo es un hombre consumido por sus miedos. Es una lástima darle vueltas a algo que ya no no existe: ese hombre del cual está enamorada desde hace dos años -un poco menos, sería raro que lo hubiera amado desde el principio-. 

Qué decepción.

Quizá es una de las cosas con las que se vive toda la vida, si es que la vida dura tan poco. 

Lili Castillo

Cinéfila hasta la médula.

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